Los peces pasaban y pasaban, había uno negro, un pez enorme, mucho más grande que los otros.
Pasaba y pasaba como su mano por mis piernas, subiendo y bajando... Entonces hacer el amor era eso, un pez negro pasando y pasando obstinadamente. Una imagen como cualquier otra, bastante cierta por lo demás. La repetición al infinito de un ansia de fuga, de atravesar el cristal y entrar en otra cosa.
- Quién sabe -dijo la Maga-. A mí me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera, casi nunca tocan el vidrio.
'Rayuela', J. Cortázar.